EN CONTACTO CON LA NATURALEZA
Hasta hace tan solo un siglo, la naturaleza era el hábitat natural del ser humano. Pero con el paso de los años las cosas han cambiado. La industrialización, el desarrollo del sector servicios y la revolución tecnológica han hecho que la ciudad le coja el relevo. Ahora, la mayoría de la población vive en entornos urbanos y, como consecuencia, ese contacto con la naturaleza se ha hecho menos visible. Como dice Laura Lladós en este artículo:
Hemos pasado del verde al gris, del oxígeno al dióxido, del ritmo marcado por el Sol a la velocidad de las agujas de un reloj que parecen avanzar más rápidamente que las horas, del cuidado de la tierra a la frialdad del ladrillo, y de poder mostrarse tal como uno es a intentar encajar en un entramado de normas autoimpuestas.
Sin embargo, la naturaleza no ha desaparecido. Sigue estando ahí. Más allá de los límites de la ciudad e incluso, en algunos casos, inmersa en ella. Y a pesar de ello no la aprovechamos. ¿Por qué? Porque nos hemos acostumbrado a vivir «sin ella» y a la mayoría se nos ha olvidado la importancia que tiene. Y esto es algo que transmitimos a los más pequeños desde el momento en el que nacen.
A nosotros mismos nos decimos que la culpa la tiene el día a día y el mal tiempo. Claro, porque cuando llueve es imposible salir de casa… ¿No será que el problema es que no nos vestimos adecuadamente? ¿Y qué mejor oportunidad que ésta para que los niños aprendan a autorregularse? Si algo les enseñan los cambios es a adaptarse a cualquier tipo de situación (y prepararse para ella) y a ser flexibles y resilientes. Además, les permiten hacer cosas diferentes en cada momento, fomentando así su creatividad. Porque un día de lluvia y uno soleado ofrecen distintas posibilidades.
Para ello, es necesario conocer y no hay mejor manera de conocer el medio natural que estando en contacto con él. Sentirlo, observarlo, explorarlo, experimentar en él… Si el niño va de casa al coche y del coche a la escuela, ¿puede llegar a conocer realmente lo que ocurre ahí fuera? Una ventana nos permite ver lo que hay al otro lado, pero no interactuar con él. Y sin eso, no hay un aprendizaje significativo.
También cabe destacar que estar expuestos a todo tipo de condiciones meteorológicos les hace más fuertes y mejora nuestro sistema inmunológico. Sí, al contrario de lo que se tiende a pensar, no salir es lo que nos hace enfermar más. Los virus y las bacterias se propagan mejor en espacios espacios cerrados y con menor ventilación. Por ello, a más tiempo en estos entornos, más probabilidades de contagio. Además, el contacto con el frío aumenta las defensas y la naturaleza ofrece una mayor libertad de movimiento, potenciando así el ejercicio físico. Y todo ello repercute directamente en su salud y su bienestar.
¿Qué más necesitamos para convencernos?
Fuente: EDUCACTIVATE
Educar en emociones
Carolina Blázquez | 23 julio, 2018 | Artículos ilustrados
EDUCAR EN EMOCIONES
Las emociones determinan nuestra relación con el entorno. Están presentes en cada cosa que pensamos, decimos y hacemos. Sin embargo, apenas les prestamos atención. Nos centramos tanto en la razón, que a veces se nos olvida educar en emociones. Como dice Mario Benedetti: “Nos enseñaron desde niños cómo se forma un cuerpo, sus órganos, sus huesos, sus funciones, sus sitios, pero nunca supimos de qué estaba hecha el alma”.
Durante años, la emoción y la razón han sido consideradas dos entes independientes. Tanto es así, que se llegaba incluso a asumir que la familia debía encargarse de la primera, mientras que la escuela lo hacía de la segunda. ¿Cuántas veces hemos escuchado eso de que la familia «educa» y la escuela «enseña»?
Hoy, en cambio, sabemos que ambas funcionan mejor cuando van de la mano. Algo fundamental en una sociedad VUCA (en castellano: Volátil, Incierta, Compleja y Ambigua) como en la que vivimos actualmente. ¿Por qué? Porque cuando se trata del futuro, cada vez hay más preguntas sin respuesta, y ante esto, necesitamos algo más que conocimiento.
A pesar de haber más conciencia al respecto, resulta curioso que, cuando se trata de educar en emociones, por regla general los adultos sólo intervenimos cuando se trata de emociones «negativas». ¿Cómo? Sancionándolas y limitando su expresión, pensando que así el niño dejará de sufrir. Pero, ¿realmente sufre? ¿O sufre cuando no le dejamos llorar aún teniendo tiene la necesidad de hacerlo? ¿A quién le molesta realmente esa situación?
Todas las emociones, incluso las negativas, son importantes y necesarias: la rabia nos permite no aceptar algunas situaciones injustas y ser parte de un cambio, el miedo nos impulsa a la acción ante una amenaza de peligro, la tristeza nos permite recogernos para reflexionar y tomar decisiones… Por eso, frases como «los niños no lloran», «no estés triste» o «no entiendo por qué te enfadas, si es una tontería» ponen de manifiesto una falta de comprensión por parte del adulto.
Educar en emociones no consiste en ser permisivos ni sobreprotectores. Significa permitir sentir, comprender, y ofrecer recursos para ayudarles a gestionarlo. Porque, aunque para nosotros no pase nada, para ellos sí pasa.
Fuente: eduactivate
LIMITE Y LIBERTAD
Al contrario de lo que muchas veces se piensa, los límites y la libertad no están reñidos. Es más, son los límites los que precisamente nos proporcionan ese recinto seguro que nos permite desarrollarnos autónomamente en libertad. Conocerlos y entenderlos nos otorga la responsabilidad de nuestra propia conducta, pero también independencia. Hemos de recordar que el conocimiento es poder.
Dado que somos seres sociales, los límites son también imprescindibles para la mejora de la vida en sociedad. Entender que nuestros derechos terminan donde empiezan los de los demás es la base del respeto y de una convivencia sana.
Sin embargo, la frontera que separa un límite de un ejercicio de poder es muy fina. Para respetar algo, necesitamos entenderlo, hacerlo nuestro. De lo contrario, se convierte en un abuso de poder. Una orden que debe ser obedecida, aún sin saber muy bien por qué. Y en este sentido, no hay edad que valga. También los niños quieren y merecen conocer el sentido de las cosas, y no escuchar un simple «¡Porque lo digo yo!«.
¿Qué sentido tiene exigirles que se estén quietos o que permanezcan en silencio cuando ni siquiera nosotros le encontramos una justificación? ¿Cuál es el objetivo? ¿Queremos que nos obedezcan porque sí, o queremos que sepan por qué es importante? Cuando los niños preguntan «¿por qué?», no lo hacen para molestarnos. Lo hacen porque no lo entienden, y necesitan entenderlo. ¿A caso a nosotros, los adultos, no nos ocurre lo mismo?
Los niños, por corta que sea su estatura o su experiencia en la vida, no dejan de ser personas. Personas con una opinión propia y una capacidad para razonar y asumir ciertas responsabilidades. Algo que sólo serán capaces de hacer si se les deja. Las relaciones no se basan en la imposición, sino en el diálogo y el respeto mutuo. Y para ello, nada como el ejemplo.
Fuente: eduactivate
NO PASA NADA
No me digas que no pasa nada, porque sí pasa. A mí si me pasa. Igual a ti te parece una tontería, pero para mí es importante. Tus problemas y los míos no siempre son los mismos, ni tienen por qué serlos, y eso no significa que no nos afecten de la misma manera.
No me pidas que te entienda a ti, al menos intenta entenderme tú a mi que ya pasaste por esto. No tengo tus años de experiencia para poder manejar la situación, ni tan siquiera para saber qué me pasa. Yo no he sido adulto aún, pero tú sí fuiste niño un día… ¿Lo recuerdas?
Tampoco quiero que compares. No mires a los demás y me pidas que haga algo o deje de hacerlo simplemente porque los demás lo estén haciendo. No me importan los demás. Ahora no. Soy yo el que necesita consuelo y el que está mal, no el resto.
Sé que todo esto lo dices para consolarme, porque sabes que mis lágrimas son de verdad, pero… ¿sabes una cosa? En realidad, no necesito que digas nada. Sólo quiero que me escuches, te sientes a mi lado y me abraces. Que no me hables de lo que pasará después, que hablemos de lo que me está pasando ahora. Porque ahora es el momento que importa.
Sé que no siempre es fácil ponerse en mi piel. Tampoco lo es para mí ponerme en la tuya. Sin embargo, podemos intentarlo. ¿Qué me dices?
Fuente: eduactivate
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